La relación entre la fatiga muscular y el ejercicio ha sido objeto de estudio en numerosas ocasiones e incluso en investigaciones, pero aún seguimos desconociendo la etimología de la fatiga.
Es necesario partir de la idea de que la fatiga se va instaurando de forma progresiva desde prácticamente el inicio del esfuerzo, en este caso el comienzo de la pretemporada, en el mes de Julio. Llegando a las fechas presentes de la temporada, la fatiga comienza a generar posibles consecuencias, tales como dificultades en la toma de decisiones adecuadas en el menor tiempo posible por la acumulación de alta concentración de ácido láctico, que impide la irrigación adecuada de los músculos para generar la contracción muscular necesaria, emitida desde el sistema nervioso central.
Contextualizado el tema, la pregunta que nos formulamos es la siguiente: ¿Qué relación tienen la fatiga, el ácido láctico y demás componentes con el deporte?
Ciertamente, mantienen una estrecha vinculación, en base a que un entrenador y su cuerpo técnico deben darse cuenta de la existencia de la posible fatiga físico-táctica a lo largo de las distintas etapas de la temporada.
Los indicadores en los que podemos apoyarnos pueden ser, entre otros y como más significativos, la atención y la concentración de los jugadores en cada una de las acciones del entrenamiento y del partido.
Podemos percatarnos de dicha situación en una sesión de entrenamiento, por ejemplo, en la que los jugadores no son capaces de realizar bien un ejercicio, no por falta de voluntad sino debido al cansancio mental-emocional-físico. En ese momento, el entrenador y el resto de cuerpo técnico tienen que tomar cartas en el asunto y obrar con cierta rapidez. La actitud del entrenador debe girar en torno a la idea de equilibrar las intensidades de la actividad.
“La intensidad es fundamentalmente de concentración porque el juego implica, principalmente, pensar; lo que hace necesario estar concentrado. Y exigir estar concentrado es exigir estar a un nivel elevado sobre el punto de vista de tener adquisición de aquello que es fundamental para nuestro juego, que es la forma en que nuestro entrenador quiere que el equipo juegue”. (Faria, R ( cit. Por Resende, N en 2002).
Por lo tanto, podemos concretar que la intensidad está directamente asociada a la concentración, siendo ésta más elevada cuanto mayor número de variables intervengan en las acciones.
Para Vitor Frade, “la intensidad solo es caracterizada cuando se asocia a concentración” y asegura que “puede ser mucho más intenso un ejercicio menos veloz, pero que implica una articulación determinada, porque exige más concentración”.
Dicha intensidad máxima debe acompañarnos a los entrenadores en cada una de las sesiones diarias y del trabajo semanal, porque debemos hacer las cosas de manera que tengamos éxito. Por lo tanto, cada jugador debería entrenar a intensidad máxima relativa, estando relacionada siempre con lo que cada deportista tiene que hacer, justificando así el nexo de unión existente entre el entrenamiento de intensidad máxima y la dimensión táctica del juego, que a su vez está relacionada con la dimensión técnica, psicológica y cognitiva.
Si como entrenadores o miembros del cuerpo técnico no somos capaces de controlar dichas variables, el grupo puede caer en la rutina, generando unos resultados negativos en cuanto a comportamiento del jugador ante el entrenamiento, motivado por la pérdida de motivación, concentración y aplicación de las variables, disminuyendo el rendimiento global.
En definitiva, “más vale prevenir que corregir”, para adquirir cierta eficacia y calidad en los entrenamientos y periodo competitivo.
Autor: David Martínez (Entrenador) / www.martinperarnau.com
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